Los sacramentales son “signos sagrados con los que, imitando de alguna manera a los sacramentos, se expresan efectos, sobre todo espirituales, obtenidos por la intercesión de la Iglesia. Por ellos, los hombres se disponen a recibir el efecto principal de los sacramentos y se santifican las diversas circunstancias de la vida” -Catecismo #1667; Cf. Ley Canónica (Canon 1166).
Los sacramentales santifican una gran variedad de momentos en la vida de las familias, personas y comunidades. Se pueden celebrar cada vez que hay necesidad de la oración de la Iglesia y la bendición de Dios.
Entre los sacramentales hay una gran variedad de oraciones. Los sacramentales aparecen en el catecismo bajo “Otras Celebraciones Litúrgicas”: incluyen funerales, exorcismos, bendiciones de personas, consagración y bendición de objetos. También la religiosidad popular: “veneración de reliquias, visita a santuarios, peregrinaciones, procesiones, el vía crucis, las danzas religiosas, el rosario, las medallas, etc.” (Catecismo 1674) Otros sacramentales son la señal de la cruz, el escapulario y las velas.
EL SANTO ROSARIO
El Rosario es un rezo tradicional católico que conmemora veinte misterios (quince en la forma tradicional) de la vida de Jesucristo y de la Virgen María, recitando después de anunciar cada uno de ellos un padre nuestro, diez avemarías y un gloria al Padre. Es frecuentemente designado como Santo Rosario por los católicos. «La Iglesia ha reconocido siempre una eficacia particular al Rosario, confiándole, mediante su recitación comunitaria y su práctica constante, las causas más difíciles»; San Juan Pablo II dijo: «Por medio del rosario los fieles reciben abundantes gracias, desde las mismas manos de la Madre del Redentor».
También se llama «rosario» a la sarta de cuentas que se utiliza para rezar el rosario. Las cuentas están separadas cada diez por otras de distinto tamaño y la sarta está unida por sus dos extremos a una cruz.
En los orígenes del rosario católico se entrelazan tradiciones antiguas de la oración del Oriente y del Occidente cristianos.3 El rosario tiene sus raíces en el siglo IX, cuando el modo de honrar a María (madre de Jesús) en Oriente comienza a ser conocido en Occidente.3 Se trata de la repetición de aclamaciones y alabanzas que aparecen en el Evangelio de Lucas (el saludo del ángel Gabriel a María en Lucas 1, 26-28; y el saludo de Isabel a María en Lucas 1, 42) hasta conformar el avemaría junto con un rico conjunto de himnos y oraciones propias de las liturgias orientales. Entre las influencias más destacadas se encuentra la traducción al latín del Akáthistos a la madre de Dios, un himno de la liturgia oriental griega de finales del siglo VI que medita sobre el misterio de la maternidad divina de María.
André Duval citó a Thomas Esser,4 quien refirió la existencia de un manuscrito de 1501 conservado en la biblioteca de Múnich, en el que se indica que el rosario tuvo su origen primero en la Orden de San Benito, y que posteriormente se consolidó por obra de la Orden de los Cartujos, y se expandió por acción de los dominicos.3 En los monasterios se solían recitar los 150 salmos (el salterio de David, ya recitado por los judíos)5 en el Breviario monástico, pero a los fieles o hermanos que no eran sacerdotes ni monjes, al no poder seguir esta devoción (porque en su mayoría no sabía leer) se les enseñó una práctica más sencilla: la de recitar 150 avemarías.6 Esta devoción tomó el nombre de «Salterio de la Virgen».
La popularidad y desarrollo del rosario se produjo en el siglo XIII, durante la oposición al movimiento albigense o catarismo. Los cátaros o albigenses no reconocían ningún dogma relacionado con la Virgen María y se negaban a venerarla.5 Ante los enfrentamientos entre católicos y albigenses, Domingo de Guzmán, fundador de la orden de los Predicadores (más conocidos como dominicos), parece haber promovido en sus misiones el rezo de una forma primitiva del rosario. Al ser los dominicos una orden de predicadores y estar siempre en medio del pueblo, su devoción se hizo popular, generando la aparición de cofradías y grupos de devotos por doquier, junto con relatos de milagros que acrecentaron su fama. Aunque la devoción decayó durante el siglo XIV, la orden de los Predicadores siguió fomentándola.
El beato Alano de la Roca fue el encargado de hacerla resurgir, tarea seguida por Jacobo Sprenger, prior del convento de los dominicos en Colonia (Alemania). Para el siglo XVI ya estaba con su forma manejada hoy: Contemplación de los «misterios», credo, padrenuestro y avemaría como oraciones principales y las cuentas o granos como medio de llevar la oración.
Sobre el avemaría es preciso señalar que la segunda mitad de la oración fue añadida a la primera en el siglo XIV, pero su uso se hizo universal cuando el papa Pío V promulgó el Breviario Romano y mandó que se rezase al principio de cada hora del Oficio Divino, después del padrenuestro.
Fue la batalla de Lepanto la que causó que la Iglesia católica celebrara una fiesta anual al rezo del rosario, ya que el papa Pío V atribuyó la victoria de los cristianos sobre los turcos a la intercesión de la Virgen María mediante el rezo del rosario. La fiesta fue instituida el 7 de octubre. Primero se la llamó «Nuestra Señora de las Victorias», pero el papa Gregorio XIII modificó el nombre de la solemnidad por el de «Nuestra Señora del Rosario».
En este fresco ubicado en la Iglesia de Santo Domingo de Guzmán en San Cristóbal de La Laguna (Tenerife, España), aparece representada la Virgen del Rosario entregando el Santo Rosario a Domingo de Guzmán. En la escena también aparecen Pedro de Santa María de Ulloa, Catalina de Siena y la siervita de Dios María de Jesús de León y Delgado.
Un fenómeno muy importante en torno a esta devoción fue el de los rosarios públicos o callejeros, que surgieron en Sevilla en 1690 y se extendieron muy pronto por España y sus colonias americanas. Eran cortejos precedidos por una cruz, que contaban con faroles de mano y faroles de asta para alumbrar los coros, y que estaban presididos por la insignia mariana denominada Simpecado. Fue la principal referencia de la devoción y en Sevilla llegó a haber en el siglo XVIII más de ciento cincuenta cortejos que diariamente hacían su estación por las calles rezando y cantando las avemarías y los misterios. Los domingos y festivos salían de madrugada o a la aurora. Al principio eran masculinos, pero ya en el primer tercio del XVIII aparecieron los primeros Rosarios de mujeres que salían los festivos por la tarde.
Según la tradición católica, en Fátima (Portugal), en 1917, a tres pequeños pastores se les apareció la Virgen María, quien les reveló que cada vez que se reza un avemaría es como si se le ofreciera una rosa, de tal suerte que cada rosario completo sería una corona de rosas (concepto que había sido mencionado tiempo atrás por Luis María Grignion de Montfort en su obra Secreto admirable del Santo Rosario).
El 16 de octubre de 2002, el papa Juan Pablo II promulgó la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, en la que consideró oportuna la adición de cinco nuevos misterios al rosario, los misterios luminosos.
La Iglesia católica señala quince promesas que el beato Alano de la Roca (en francés, Alain de La Roche) declaró recibir de la Virgen María, destinadas a quienes recen devotamente el rosario. Fue Alano de la Roca quien restableció la devoción al rosario enseñada por santo Domingo de Guzmán apenas un siglo antes y olvidada tras su muerte. Las promesas son las siguientes:
-
El que me sirva, rezando diariamente mi Rosario, recibirá cualquier gracia que me pida.
-
Prometo mi especialísima protección y grandes beneficios a los que devotamente recen mi Rosario.
-
El rosario será un fortísimo escudo de defensa contra el infierno, destruirá los vicios, librará de los pecados y exterminará las herejías.
-
El rosario hará germinar las virtudes y también hará que sus devotos obtengan la misericordia divina; sustituirá en el corazón de los hombres el amor del mundo al amor por Dios y los elevarán a desear las cosas celestiales y eternas. ¡Cuántas almas por este medio se santificarán!
-
El alma que se encomiende por el Rosario no perecerá.
-
El que con devoción rezare mi Rosario, considerando misterios, no se verá oprimido por la desgracia, ni morirá muerte desgraciada; se convertirá, si es pecador; perseverará en las gracias si es justo, y en todo caso será admitido a la vida eterna.
-
Los verdaderos devotos de mi Rosario no morirán sin auxilios de la Iglesia.
-
Quiero que todos los devotos de mi Rosario tengan en vida y en muerte la luz y la plenitud de la gracia, y sean partícipes de los méritos de los bienaventurados.
-
Libraré pronto del purgatorio a las almas devotas del rosario.
-
Los hijos verdaderos de mi Rosario gozarán en el cielo una gloria singular.
-
Todo lo que se me pidiere por medio del rosario se alcanzará prontamente.
-
Socorreré en todas sus necesidades a los que propaguen mi rosario.
-
Todos los que recen el rosario tendrán por hermanos en la vida y en la muerte a los bienaventurados del cielo.
-
Los que rezan mi rosario son todos hijos míos muy amados y hermanos de mi Unigénito Jesús.
-
La devoción al santo rosario es una señal manifiesta de predestinación a la gloria.
LA MEDALLA MILAGROSA
Según Catalina, durante la noche del 18 de julio de 1830 se despertó al oír la voz de un niño muy hermoso que la llamaba "Hermana, todo el mundo duerme, venga a la capilla, la Santísima Virgen la espera". Catalina se levantó, siguiendo al niño. Al llegar a la capilla, escuchó el roce de un vestido de seda. Sor Catalina oyó como un rumor, como el roce de un traje de seda, que partía del lado de la tribuna, junto al cuadro de San José. Vio que una señora, de extremada belleza, atravesaba majestuosamente el presbiterio y "fue a sentarse en un sillón sobre las gradas del altar mayor, al lado del Evangelio". Catalina al principio dudó si se trataba de la Virgen o si era sólo un ilusión. Pero el ángel (el niño) le dijo a la futura Santa, enérgicamente: "Por ventura no puede la Reina de los Cielos aparecerse a una pobre criatura mortal en la forma que más le agrade?". Entonces, Sta. Catalina se fue inmediatamente al lado de la Virgen y, arrodillándose, con la confianza que un niño pequeño tiene para con su Madre, puso las manos sobre las rodillas de la Madre de Dios. Allí, dice Sta. Catalina, "pasé los momentos más dulces de mi vida; me sería imposible decir lo que sentí". La Virgen le dio a la joven consejos provechosos para su vida espiritual. También le encomendó una misión: "Dios quiere confiarte una misión; te costará trabajo, pero lo vencerás pensando que lo haces para la gloria de Dios. Tú conocerás cuán bueno es Dios. Tendrás que sufrir hasta que lo digas a tu director. No te faltarán contradicciones más te asistirá la gracia; no temas. Háblale a tu director con confianza y sencillez; ten confianza, no temas. Verás ciertas cosas; díselas. Recibirás inspiraciones en la oración".
Los dos lados de una Medalla Milagrosa.
Meses después, el 27 de noviembre, Catalina contó que la Virgen se le volvió a aparecer, durante sus meditaciones vespertinas. La vio dentro de un marco oval, que se alzaba sobre un globo pisando una serpiente; de sus manos salían rayos de luz algunos de los cuales no llegaban a tierra. Alrededor del margen del marco estaban inscritas las palabras "Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que acudimos a ti". La Virgen dijo: "Es la imagen de las gracias que reparto sobre las personas que me las piden", y para explicar porque algunos de los rayos proyectados no llegaban a tierra, agrega: "Es la imagen de las gracias de aquellos que se han olvidado de pedírmelas". Mientras Catalina contemplaba, la imagen pareció rotar, y se podía observar un círculo con doce estrellas, una gran letra M superpuesta por una cruz y, debajo, las siluetas estilizadas del Sagrado Corazón de Jesús y del Inmaculado Corazón de María. Catalina dijo que después la Virgen le pidió que tomara esas imágenes y se las llevara a su padre confesor, y le pidiera que las mismas debían ser impresas en medallas, añadiendo: "Todos aquellos que porten la medalla recibirán grandes gracias."
Después de dos años de entrevistas y de observación de la conducta de Catalina, el sacerdote informó al arzobispo de París de lo sucedido sin revelar la identidad de Catalina. La propuesta fue aceptada, se fabricaron las medallas y llegaron a ser muy populares. La doctrina de la Inmaculada Concepción aún no era oficial, pero la medalla con las palabras Concebida sin pecado influyó en el papa Pío IX al proclamar el dogma de la Inmaculada Concepción el 8 de diciembre de 1854.
EL ESCAPULARIO MARRÓN
Según la Congregación para el Culto Divino de la Santa Sede, el Escapulario del Carmen es un signo exterior de la relación especial, filial y confiada, que se establece entre la Virgen, Reina y Madre del Carmelo, y los devotos que se confían a ella con total entrega y recurren con toda confianza a su intercesión maternal; recuerda la primacía de la vida espiritual y la necesidad de la oración. La virgen prometió a San Simón Stock (siglo XIII) que los que murieran con su escapulario no se condenarían
su origen como vestidura, el escapulario era un tipo de ropa de trabajo, principalmente usada por monjes, consistente en una pieza grande de ropa por delante y por detrás, unida sobre los hombros con tiras de tela. El escapulario forma parte del hábito de diversas órdenes, incluyendo a los hermanos de Santa María del Monte Carmelo, los Carmelitas. Se cree que los primeros ermitaños carmelitas que vivieron en el Monte Carmelo, en Tierra Santa durante el siglo XII vistieron una túnica con un cinto y capa típica de los peregrinos, cuando los carmelitas volvieron a Europa, a mediados del siglo XIII y se convirtieron en una orden de frailes mendicantes adoptaron un nuevo hábito que incluía la túnica marrón anudada a la cintura, escapulario marrón, capucha y capa blanca.
Según la tradición, la Virgen María se apareció a San Simón Stock, que era Prior General de la Orden del Carmen a mediados del siglo XIII. La primera referencia a esta tradición, datada del siglo XIV, explica que San Simón Stock era inglés, hombre de gran santidad y devoción, que siempre en sus plegarias pedía a la Santísima Virgen que favoreciera a su orden con algún privilegio singular. Ésta se le apareció portando en las manos el Escapulario y diciéndole 'Este es para ti y los tuyos un privilegio: quien lo porte será salvado de todo".
En la Edad Media, el hábito era una parte esencial de la identidad de los miembros de las órdenes religiosas. Quitarse el hábito equivalía a dejar la Orden. La Constitución Carmelita de 1369 estipula excomunión automática para los carmelitas que cantaran misa sin el escapulario, las constituciones de 1294 y 1324 consideraban una falta seria dormir sin el escapulario.
Según Hugh Clarke, O.Carm, Los orígenes de la devoción al Escapulario se encuentran en los deseos de los laicos durante la Edad Media de llegar a una fuerte relación con la Orden Carmelita y su espiritualidad. Era costumbre para los laicos que pertenecían a confraternidades, órdenes terceras, etc. afiliadas a órdenes religiosas vestir algunos signos distintivos de pertenencia, frecuentemente alguna parte derivada del hábito religioso como el cordón, la capa, el hábito, o el escapulario. Durante parte de su historia, los afiliados laicos a la orden carmelita, vestían el manto blanco de los frailes o incluso el hábito entero. El pequeño escapulario marrón y la promesa de salvación de María del portador empezó a ser promovido entre el laicado en la forma actual por Giovanni Battista Rossi, prior general de los Carmelitas 1564-1578.
El Escapulario carmelita estuvo muy extendido en Europa al final del siglo XVI. En 1600, el carmelita Egidio Leoindelicato da Sciacca publicó un libro titulado "Giardino Carmelitano" que incluía las fórmulas de bendición para los hermanos y hermanas de la Compagnia della Madonna del Carmine (laicos que han recibido el hábito completo de la orden) y la fórmula de bendición del escapulario para los Devoti della Compagnia Carmelitana. Esta es, aparentemente, la primera forma de bendición del pequeño escapulario. Se apunta también que la fórmula para las hermanas no contiene referencia alguna al escapulario, mientras que para los hermanos hay una fórmula especial de bendición del escapulario.
Con el moderno estudio académico de los primeros siglos de la Orden Carmelita, aparecieron grandes dificultades para la historicidad de la aparición de Nuestra Señora a San Simón Stock. La primera mención de la aparición es de finales del siglo XIV, casi 150 años tras la fecha en la que generalmente se databa la aparición, 1251,12 y no existen referencias en las primeras noticias sobre la vida y milagros de San Simón Stock. La historia de el hábito y legislación carmelita y discusiones sobre el mismo dentro de la orden durante este período, no hacen mención ni referencia implícita a una tradición sobre la concesión de la Virgen del Escapulario a los Carmelitas, ni los principales escritores carmelitas del siglo XIV, como John Baconthorpe, mencionan el escapulario. Existen pruebas históricas de que en 1375, un carmelita inglés llamado Nicholas Hornby abrió un debate público con un fraile dominico, en el que Hornby ridiculizaba la reivindicación de la Orden de los Predicadores de haber recibido su hábito de la mismísima Virgen María—ésta era una reivindicación común en diferentes órdenes religiosas en la Edad Media. Hornby no mostraba, por tanto, signo alguno de ser consciente de alguna reivindicación similar hecha por un miembro de la orden carmelita.
Entre estas pruebas confusas, se ha sugerido, que otro carmelita en lugar de San Simón Stock tuvo una visión mística cuya historia fue posteriormente asociada a la vida del santo. Una historia dominica compilada por Gerard of Frachet en 1259-1260 relata la muerte en 1237 ahogado de un santo dominico, el beato Jordan de Sajonia, frente a la costa de Acre, Israel (cerca del Monte Carmelo) y menciona "cierto hermano de la Orden del Carmen" que estuvo tentado a abandonar su vocación ya que Dios había permitido el ahogamiento de tan santo hombre. Cuenta, entonces que el beato Jordan, se le apareció al hermano en una visión, asegurándole que "todo aquél que sirve al Señor Jesucristo hasta el final será salvo." Gerard concluye: "el mismo hermano, y el prior de la misma Orden, el hermano Simón, un hombre religioso y sincero habían contado estas cosas a nuestros monjes." Esta historia muestra una fuerte similitud con la historia tradicional de la visión del escapulario y la promesa de la salvación, con diferencias obvias, es una de las pocas referencias a San Simón Stock escritas durante su vida.
Se ha apuntado también que durante la Edad Media, la cuidadosa historiografía de la clase esperada hoy en día era una excepción, siendo lo común recubrir las creencias teológicas y espirituales en la forma de un cuento o historia.
Fr. Kieran Kavanaugh, OCD, escribe que "desde un punto de vista académico, se debe admitir las carencia de pruebas documentales que demuestren irrefutablemente la veracidad o historicidad de la aparición. Al mismo tiempo, no existe razones contingentes para denunciar la falsedad de la misma y condenar definitivamente su veracidad." La Orden del Carmen declara en su página web, que incluso si la aparición no es histórica, "el escapulario ha permanecido para todos los carmelitas como un signo de protección maternal mariana y de compromiso en seguir a Cristo en las huellas de su Madre, perfecto modelo de todas sus enseñanzas."
PROMESAS DEL ESCAPULARIO
La más antigua promesa que se sostiene sobre el escapulario asegura que aquellos que porten el escapulario, hábito carmelita, se salvarán. En principio esto se refiere a los religiosos carmelitas que permanezcan fieles a su vocación. Posteriormente el escapulario del Carmen se ha extendido ampliamente entre los laicos como un sacramental.
En cuanto a la naturaleza de la espiritualidad asociada con el escapulario, la formulación tradicional de la promesa del escapulario es "Toma este Escapulario. Quienquiera que muera llevándolo no sufrirá el fuego eterno. Será un signo de salvación, de protección en peligro y promesa de paz."
A veces el escapulario ha sido preconizado como un camino fácil a la salvación, lo que ha supuesto una crítica a su devoción. El Catecismo de la Iglesia Católica afirma que los sacramentales como el escapulario no confieren la gracia del Espíritu Santo a la manera de los sacramentos, pero por la oración de la Iglesia preparan a recibirla y disponen a cooperar con a ella"
Los creyentes en las promesas tradicionales del escapulario, sostienen que la intercesión de la Virgen asegura la conversión, la perseverancia final y/o los ritos de extremaunción o confesión, que supondrían asegurar las promesas del escapulario al portador. Posiblemente otro argumento es que el escapulario es despreciado por aquellas almas impías y faltas de fe que rechazan las promesas de la Virgen y que por tanto están lejos de portarlo. Otro argumento es que en los casos de pecadores impenitentes, el escapulario, de alguna manera, milagrosa o no, desaparecerá del portador, esto fue sugerido por San Claudio de la Colombière.
En 1912 la Enciclopedia Católica exponía una lista de indulgencias, privilegios e indultos del escapulario de la Orden del Monte Carmelo aprobada el 4 de julio de 1908, por la Congregación de las Indulgencias.